A pesar de los aciagos resultados,
la obstinación ha sido una constante del hombre en su camino a la destrucción, y sin
embargo, este no duda en cuestionar a Dios por la injusticia, la enfermedad y la
muerte, como si no se tratase de efectos de la humana -clave del éxito-. No es de extrañar, pues el hombre es proclive a la autojustificación: siempre buscará
culpas y culpables en cualquier rama ascendente de su árbol genealógico, en la
sociedad, el sistema de gobierno, en el
clima y otros fenómenos naturales e incluso en Dios… Cualquier cosa antes que
admitir una sencilla pero categórica verdad: el hombre ha fracasado rotundamente
como rector de su propia vida.
Asimismo, el papel del
hombre como rector de sus semejantes multiplica su fracaso individual en niveles
catastróficos. Las probabilidades apuntan a que toda fórmula humana para el
éxito deriva tarde o temprano en miserias mayores que las que pretende resolver.
En consecuencia, se puede afirmar que la
humanidad se encuentra en una perniciosa y decidida etapa de negación, donde el
egoísmo es el catalizador de una mezcla de males que conducen al mundo por un
espiral destructivo. Es notorio que la humanidad presume madurez para decidir su destino
pero asume con ingenuidad la responsabilidad de sus actos.
Un fallo de la humana clave del
éxito es, en principio, que desconoce cuál es el significado de dicho éxito o
bien le asigna tantos significados relativos que termina por diluir el
concepto. Entonces resulta coherente que el significado de la palabra pecado sea “errar el blanco”, porque al desconocerse la meta o el blanco, es
imposible siquiera apuntar a él. Acertadamente se dice que el mundo vive en
pecado, en desacierto constante, ciego y carente de propósito. La triste paradoja
radica en que los cristianos, que se supone tenemos en la voluntad de Dios (expresada
en la Santa Biblia) nuestro norte, estamos frecuentemente distraídos y
abrumados por los cantos de sirena de la propaganda materialista. Poco se habla
hoy de tomar la cruz y seguir a Cristo (Mr 8.34) pero ampliamente se promulga
una doctrina que implica que el hombre rico de Lucas 16.19 es el tipo de creyente –bendecido
y prosperado-.
¿Qué haremos como individuos ante
el descalabro de la humanidad? El evangelio señala con claridad y sencillez una
sola respuesta: Jesucristo. El verdadero éxito es conocerlo a Él, pues sin Dios
no somos nada (Jn 15. 4-5). Bueno sería meditar sobre
cuán real es en nuestras vidas el siguiente texto a fin de tener un estándar del éxito bíblico:
“Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del
incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido
todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo” (Flp 3:8)
Dios nos ayude.
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