lunes, 15 de abril de 2013

¿CRISTIANISMO O INDUSTRIA DE ENTRETENIMIENTO? (Reflexión)

Durante su ministerio terrenal, el Señor Jesucristo fue seguido por multitudes. Enfermos del cuerpo o del alma se contaban por miles donde quiera que Él fuere (Mat 14.14-21) y recibían el consuelo y la medicina de su Palabra. El único requisito era ser pecador (Luc 5.32) y tener necesidad de la insustituible competencia del poder divino.
A pesar de su relativamente corta vida pública y de la precariedad de las comunicaciones de aquella época si se le compara con los masivos medios de la actualidad, el nombre del Señor Jesús fue difundido y reconocido por no pocas personas que percibían en Él una autoridad sin precedentes, sustentada por su relevante declaración de ser el Hijo de Dios, con lo que, como bien entendieron los judíos, le igualaba a Dios mismo (Jn 5.18). Convencidos de la radical trascendencia de esa afirmación, en los siglos siguientes cientos de miles de sus discípulos no escatimaron sus vidas, y lo continúan haciendo hoy, a fin de transmitir el mensaje de reconciliación por medio de la fe en su sacrificio expiatorio.
La muerte de Esteban, precedida de una larga lista de profetas martirizados (Hch 7.52) y la vida de Pablo, entre otros creyentes, dan cuenta del precio que se podía llegar a pagar por la causa de Cristo:  “Otros experimentaron vituperios y azotes, y hasta cadenas y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra” (Heb 11:36 -38). De modo que quien quiera que lea las Escrituras, recibe el testimonio de lo que puede implicar servir a Cristo: “Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo” (Mar 13:13). La vida cristiana, aunque llena de gozo debido la comunión con Dios (Rom 14.17), no está exenta del dolor mientras dura el peregrinaje terrenal: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jua 16:33).