jueves, 29 de mayo de 2014

LA CLAVE DEL ÉXITO (Reflexión)

A lo largo de la historia muchos han proclamado ser poseedores de la clave del éxito. Aun así, desde el tiempo en que el hombre consideró que no solo podía sino que quería vivir en un “paraíso” hecho a la medida su pretendida autosuficiencia, hemos asistido una generación tras otra al bochornoso espectáculo de la progresiva decadencia humana. 
A pesar de los aciagos resultados, la obstinación ha sido una constante del hombre en su camino a la destrucción, y sin embargo, este no duda en cuestionar a Dios por la injusticia, la enfermedad y la muerte, como si no se tratase de efectos de la humana -clave del éxito-. No es de extrañar, pues el hombre es proclive a la autojustificación: siempre buscará culpas y culpables en cualquier rama ascendente de su árbol genealógico, en la sociedad, el sistema de gobierno, en  el clima y otros fenómenos naturales e incluso en Dios… Cualquier cosa antes que admitir una sencilla pero categórica verdad: el hombre ha fracasado rotundamente como rector de su propia vida.
Asimismo, el papel del hombre como rector de sus semejantes multiplica su fracaso individual en niveles catastróficos. Las probabilidades apuntan a que toda fórmula humana para el éxito deriva tarde o temprano en miserias mayores que las que pretende resolver.  En consecuencia, se puede afirmar que la humanidad se encuentra en una perniciosa y decidida etapa de negación, donde el egoísmo es el catalizador de una mezcla de males que conducen al mundo por un espiral destructivo. Es notorio que la humanidad presume madurez para decidir su destino pero asume con ingenuidad la responsabilidad de sus actos.
Un fallo de la humana clave del éxito es, en principio, que desconoce cuál es el significado de dicho éxito o bien le asigna tantos significados relativos que termina por diluir el concepto. Entonces resulta coherente que el significado de la palabra pecado sea “errar el blanco”, porque al desconocerse la meta o el blanco, es imposible siquiera apuntar a él. Acertadamente se dice que el mundo vive en pecado, en desacierto constante, ciego y carente de propósito. La triste paradoja radica en que los cristianos, que se supone tenemos en la voluntad de Dios (expresada en la Santa Biblia) nuestro norte, estamos frecuentemente distraídos y abrumados por los cantos de sirena de la propaganda materialista. Poco se habla hoy de tomar la cruz y seguir a Cristo (Mr 8.34) pero ampliamente se promulga una doctrina que implica que el hombre rico de Lucas 16.19 es el tipo de creyente –bendecido y prosperado-.


¿Qué haremos como individuos ante el descalabro de la humanidad? El evangelio señala con claridad y sencillez una sola respuesta: Jesucristo. El verdadero éxito es conocerlo a Él, pues sin Dios no somos nada (Jn 15. 4-5). Bueno sería meditar sobre cuán real es en nuestras vidas el siguiente texto a fin de tener un estándar del éxito bíblico:

“Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo” (Flp 3:8)  

Dios nos ayude.

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